lunes, 17 de marzo de 2008

Vaya con la falla!..no hubo suerte


¿Qué dice José Antonio del Moral?

6ª de Fallas en Valencia. José Tomás, o la pantomima tratada como acontecimient

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La reaparición del torero de Galapagar en Valencia fue la menos seria y la más pobre de las que, por ahora, va sumando muy poco a poco en plazas de primera categoría. Y terminó en medio de la desolación y el desencanto de gran parte de sus partidarios pese a la solitaria oreja que cortó de su facilísimo primer toro. Un regalo que ni por lo más remoto le hubieran dado a cualquier otra figura. Con la plaza aparentemente llena de un público en su mayoría incondicional y enfervorizado, mató los dos toros con menos trapío de la por todo mínima, blandorra y bobalicona corrida de su ganadería predilecta – Núñez del Cuvillo – estando muy por bajo del que hizo de segundo en una desigual y premiosa faena, y rozó el ridículo con el quinto intentando que la gente se asustara en su encimista final ante un moribundo e inofensivo animal que salió al ruedo como si ya hubiera sido picado y que apenas podía moverse en plena "heroicidad". De cualquier modo y a pesar de eternizarse hasta escuchar dos avisos – deberían haberle enviado tres y el toro al corral -, si un puntillero no hubiera levantado al toro por dos veces, Tomás podría haber cortado otro regalito y hasta haber salido a hombros. Menos mal. En el papel de meros comparsas, aunque favorecidos por el ambiente triunfalista que dominó la tarde, actuaron un decadente aunque formalmente fiel a su concepto hierático del toreo, Vicente Barrera, que anduvo muy soso con el también sosísimo animal que mató en primer lugar y cortó otra inmerecida oreja tras tardar demasiado tiempo en ligar un par de tandas después de recetar infinidad de inconexos unipases, salvo una buena ronda de naturales a pies juntos, frente a un feble y dócil animal que mató de infamante bajonazo, enfadándose el propio diestro con el palco por no concederle la segunda que demandaron sus paisanos, mientras el casi desconocido y también local, Tomás Sánchez, que se marcó una vuelta al ruedo por su cuenta en el tercer toro, dio un recital de vulgaridad y de incompetencia profesional.

Valencia. Coso de la calle Xátiva. 13 de marzo de 2008. Sexta de feria. Tarde medio nublada y progresivamente fresca con lleno aparente porque las escaleras de acceso a los tendidos y a las gradas permanecieron limpias y no tapadas por los que disponen de pases de servicio, como cada vez que verdaderamente se agotan todas las entradas. La reventa, pues, salió trasquilada. Siete toros de Núñez del Cuvillo incluido el sobrero que reemplazó al primero, devuelto otra vez tardíamente – en pleno tercio de banderillas – por su manifiesta invalidez. Una corrida de plaza de segunda muy justita de trapío – los dos más serios fueron el devuelto y el que hizo de cuarto – y prendidos con alfileres en cuanto a fuerza se refiere además de nobles en distintos grados de durabilidad. Por más entero y completo, sobresalió el segundo que fue facilísimo para el torero. Y por más apagado nada más salir alegre y, de seguido, parado, el quinto. Vicente Barrera (amapola y oro): Pinchazo y estocada contraria, aviso y palmas con saludo. Bajonazo saliendo perseguido y de inmediatos efectos, aviso, oreja e injustificable petición de otra. José Tomás (rosa y oro): Pinchazo y estocada casi entera desprendida, aviso y oreja. Estocada trasera, dos avisos retardados y ovación que el torero tuvo la desfachatez de recibir desde los medios. Tomás Sánchez (caña y oro con remates negros): Estocada caída trasera, vuelta por su cuenta. Estocada trasera, palmas y desbandada general. Valentín Lagar destacó pareando al cuarto toro. Mariano Rajoy fue muy aplaudido aunque también pitado por una minoría cuando ocupó una barrera de sombra junto a la Alcaldesa de valencia y al presidente de la Generalidad, como también al recibir el brindis que le hizo Tomás Sánchez del último toro.

Aunque uno ya está curado de espantos en esta reaparición a cuenta gotas de José Tomás, la de ayer en la plaza de Valencia superó todo lo superable en plazas de primera categoría. Una verdadera apoteosis del tomasismo a ultranza dispuesto a que su torero triunfara como fuera y como fuese cual el mismísimo Zapatero en sus respectivas imposiciones políticas con el beneplácito de sus millones de votantes - la famosa tomatosis ya ha entrado en estado de franca e irrecuperable putrefacción -, aunque a medida que fue avanzando la jornada, muchos de los que llegaron ex profeso para no perder el suceso, fueron perdiendo entusiasmo y el gas acumulado ante los innumerables despropósitos, simulaciones y hasta ridiculeces que el propio Tomás se encargó de ofrecernos sin el más mínimo sentido del pudor. Empezando por la corrida que no fue de recibo en una plaza y en una feria con la importancia y trascendencia de las Fallas, y terminando por la actuación del madrileño que, como en tantos sitios antes, ya no se parece ni torea como lo hizo en sus mejores e inolvidables años. Ni por casualidad.

Así pues, una vez más el público tomasiano estuvo muy por encima de su torero predilecto y en esta ocasión hasta grados inimaginables. Y es que el comportamiento cuasi religioso por no decir idólatra con José Tomás, crece y crece a medida que los medios van aumentando y exagerando sus elogios mediante la bola propagandística más insensata y desproporcionada que uno haya visto jamás. Ni El Cordobés gozó del mismo ambiente porque al menos parte de la crítica – la más competente e independiente de entonces - no colaboró. Pero es que con este colabora. ¡Vaya que colabora, y de qué modo¡.

Por la mañana, sin ir más lejos, me desayuné leyendo en el diario Levante lo que en sus páginas taurinas decía un querido amigo y compañero de esta tierra sobre el de Galapagar: "El torero más belmontista de los últimos tiempos es José Tomás". Belmontista, ¿de qué?. Hay que cortar, hay que terminar de una vez con estas comparaciones que no tienen nada que ver con los hechos ni con la realidad. Miren ustedes: Juan Belmonte, en sus siete primeras temporadas como matador de toros, mató 72 de Miura, 59 de Pablo Romero y 58 del encaste Saltillo-Santacoloma dando la cara en todas las plazas de España. ¿Qué tiene que ver entonces la trayectoria profesional de Juan Belmonte con la de José Tomás?. ¡Basta ya de mentiras y de estupideces¡. ¡Basta ya de engañar al público que paga muy caro su ilusión por ver lo que casi nunca pasa y, además, intenta que pase poniendo bastante más ganas y entusiasmo que el torero que, por lo que leen o escuchan, suponen es el mejor de todos los tiempos. Torero que, a este paso, va a terminar arrastrando su otrora bien ganada fama por el albañal. Y no es que vaya a terminar así. Es que ya la está arrastrando para vergüenza suya y de cuantos colaboran en el desafuero.

Lo de esta segunda etapa de José Tomás, y lo de sus exageradas y a todas luces injustas circunstancias está empezando a pasar de castaño oscuro. Lo de ayer, en Valencia, tomó carta de naturaleza como bien se podrá contemplar si alguien sube a Internet un vídeo con las imágenes de sus dos actuaciones aunque dudo que nadie sea capaz de limpiar la cantidad de enganchones, tropiezos, carreras e imprecisiones varias que tanto con el capote como con la muleta exhibió el de Galapagar sin el más mínimo rubor. Todo lo contrario, solemnemente encantado de haberse conocido en el convencimiento de que a él le vale todo. Lo bueno, lo malo, lo malísimo y hasta lo fatal. ¿Y por qué cambiar?, se reirá, encima, con los bolsillos llenos de millones de euros.

Se le ovacionó enfervorizadamente aún sin torear. Le ovacionaron con la misma fuerza y pasión los pases templados que los enganchados. Lo mismo lo feo que lo bonito. Y lo horrible que lo precioso, como el trincherazo que pegó al tiempo que un espontáneo intentaba llegar al ruedo sin conseguirlo en plena faena al segundo toro. A la gente le dio igual que se paseara inane como que torera ora templado, ora veloz. Que aguantara como que se quitara. Que se quedara quieto como que corriera cual corrió delante del toro cuando hizo hilo con el torero porque no le había llevado sometido ni toreado. Y todo eso con un toro ideal. ¿Qué pasará el día que le salga un barrabás?. Nada porque ya se encargará él de que no le salga ninguno.

Se aplaudió a rabiar hasta cuando sus toros perdieron el equilibrio y se derrumbaron en la arena. Y aún con más pasión cuando tuvieron que levantárselos para que pudiera seguir en su propósito. Se pidió a la música que dejara de torear como si estuviéramos en una misa de trapenses, y la banda solo paró cuando el torero fue desarmado. Encantó verle de acá para allá y de allá para acá con un toro al que debería haberle cuajado como en sus mejores tiempos. Con un faenón macizo, ligado en un solo terreno y siempre templado. Pero no. Tomás se perdió en un mar de cosas sin el más mínimo orden ni concierto. Tan pronto bien como mal. De repente acertado como enseguida equivocado. Pausas y más pausas. Paseos y más paseos. ¿Es que a esto se le puede llamar faena de muleta?. ¿Es que esto fue digno de premiar? Pues se premió.

Pero es que con el quinto aún fue peor. Porque el toro, el torillo, enseguida de salir alegre sin el más mínimo resuello tras pegarse un volantín y muy parado al final. Horribles latigazos sus gaoneras y más horribles las arrugadas revoleras en el remate del quite entre la algarabía popular. "¿Habéis visto?. ¡Qué tío¡". Gran ovación al picador por no picar y otra no menor a dos de sus banedrilleros tras paear vulgarmente. Y una vez contagiado y repartido el entusiasmo para con toda su gente, deslavazamiento total en los aislados pases del inicio de la segunda "cosa" de Tomás con la muleta. Demasiados tiempos muertos consecutivos. Unos detrás de otros y sin saber qué hacer. Vueltas y revueltas lentamente recetadas alrededor del moribundo bicho. Y cuando se paró por completo, cuando ya no había modo de que medio se moviera, un intento de escenificar la impostada "heroicidad". Metido entre los ya inmóviles e inofensivos pitoncitos, una larga ración de falso encimismo haciendo el péndulo en tres capítulos sin que el toro medio pasase más allá de un tercio o un cuarto de viaje entre telonazo y telonazo, hasta que remató con un por fin identificable de pecho para, finalmente, mirar desafiante a los tendidos que, otra vez rendidos, se levantaron ante este Aquiles de pegamento y de hojalata.

Mucha gente siguió gritando como loca, aunque, ciertamente, no pocos empezaron a callar, a dudar, a rechiflar incluso – "¡malditos¡", "¡traidores¡", se escuchó decir -, hasta desertar. E, inevitablemente, la atmósfera de la plaza se enrareció hasta hacerse más y más patente la desazón a cada minuto, mientras aquello se acababa, se acababa y terminaba sin posible remedio. Ya echada la noche, los débiles focos hicieron tinieblas y todo se tiñó de desencanto. ¡Señores¡, ¡qué vergüenza¡, ¡qué mentira¡, ¡qué escándalo más grande¡, ¡qué barbaridad¡. Lo de ayer en Valencia, más que nunca, fue como una pantomima tratada como si fuera un gran acontecimiento. ¿Y esta mierda es, según algunos, la salvación de la Fiesta?

Me niego a seguir escribiendo una sola palabra más sobre lo que pasó ayer en esta histórica plaza. Como me niego a escribir más de lo poco que ya he dicho en la ficha sobre Vicente Barrera y el pobre Tomás Sánchez. Bastante tuvieron con hacer de comparsas, supongo que mal pagados para compensar el atraco de la estrella en tamaña engañifa que no debería repetirse aquí ni en ninguna otra plaza. Nunca más.

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